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Guante blanco
Relatos de Pharodie - 7. Ejercicio de Narrativa I. El tema era "Escribir en un tiempo distinto al pasado". (2020)
Por Frandalf Publicado en Curso Narrativa I, Fantasía, Relatos de Pharodie, Revisado en 2 de agosto de 2020 0 Comentarios 7 min lectura
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Para leer este relato es necesario leer «Relatos de Pharodie» desde el principio, pues los relatos están encadenados y se autoreferencian unos a otros

Hubo un día en que tu nombre era conocido, era respetado, era temido: El Susurro, el mayor ladrón de guante blanco de la ciudad. Pero eso fue hace una vida. Antes de que muriese Mealia y te dieses a la bebida. Antes de Irmed, el borracho cortabolsas.

En fin, de algo hay que vivir, y el alcohol no crece de los árboles.

Te mueves con facilidad entre la gente que visita el mercado, en busca de bolsas henchidas. Pero llevas una hora y aún no ha habido suerte. De hecho, estás a punto de abandonar cuando le ves; un chico joven con una mirada risueña de color celeste, unos rizos castaños que debe de volver locas a las muchachas y un cuerpo bien torneado y fibroso. Hay algo en él que le hace… radiante. Y va paseando por ahí con una bolsa al cinto que está a punto de reventar.

Es como si te estuviese invitando.

 Danzas entre la gente hasta acercarte a él, como un susurro. Pasas a su lado como si nada, aplicando un rápido corte con una pequeña hoja muy afilada que usas para estos menesteres. El peso de la bolsa cae en tu mano, que escondes con rapidez, y sigues andando con la mirada fija en la calle más cercana. ¡Ja! Puede que te hayas hecho viejo, pero sigues teniendo las manos más ágiles de Pharod…

—Eh, espera, quiero hablar contigo.

No puede ser.

Nunca te han pillado, nunca. El movimiento ha sido rápido y limpio, y, entre tanta gente, no debería haberse dado cuenta de la falta de peso en el cinto. Pero aun así…

Echas a correr zigzagueando entre la gente, dejando a tu espalda una exclamación de asombro y el gruñido de los viandantes cuando el muchacho empieza a hacerse paso entre ellos. Puede que sea más joven y más fuerte, pero tú eres más rápido. Alcanzas la seguridad de las callejuelas adyacentes y te lanzas a ciegas por el laberinto de calles, pudiendo correr ahora que nadie te entorpece, hasta que, al fin, te detienes en un callejón cuando te empiezan a flaquear las fuerzas.

Sonríes mientras sacas la bolsa. Pobre diablo, te dices mientras desatas el cordel y dejas caer el contenido en tu mano, preguntándote en qué pensaba gastarse tanto…

—Joder —exclamas con enfado, al ver la chatarra de hierro que tienes en la mano extendida —Un señuelo, he caído con un señuelo como un puto novato.

—Te dije que esperases —dice una voz a tu espalda, sobresaltándote. Te vuelves con rapidez y echas mano a tu viejo cuchillo. Maldita sea, el chico ni siquiera parece estar sudando mientras a ti no te quedan fuerzas ni para respirar.

—Vale, me has atrapado, ¿contento? Pero no era nada de valor. Y sí, soy un ladrón, pero lo hago por necesidad, ¿entiendes? —exclamas, no sabiendo muy bien si ser amenazador o apelar a su compasión. No te gusta esto último, eres… fuiste demasiado orgulloso para ello—. No me gustaría tener que….

—No importa, de verdad —dice el muchacho levantando las manos en son de paz.

—¿Qué?

—Que no me importa, no voy a hacerte daño. Me llamo Gweid, ¿y tú?

—Irmed.

—Encantado, Irmed. ¿Puedes bajar el… arma? Como te he dicho, no voy a hacerte daño. De hecho, llevaba esa bolsa ahí esperando que alguien me la robase. ¡Estaba buscando a alguien como tú!

—¿Qué? —repites, sin dejar de pensar que los brazos de ese muchacho parecen poder partirte en dos.

—Estaba buscando a un ladrón —explica, animado—. Pero no a cualquiera. Hoy ya me he encontrado a varios, pero la mayoría intentaban robarme sin sutileza, por la fuerza, o engañándome. Uno me ha llevado a una emboscada con tres hombres más, ¿te imaginas? —exclama divertido.

—Sí, claro, jaja. Lo típico —le respondes sin humor mientras buscas un hueco para huir. Está claro que no está bien de la cabeza; si le hubiesen asaltado los cuatro matones de los que habla no estaría aquí como si nada.

—Exacto. Y ese no es el tipo de ladrón que quiero ser.

—¿Qué? —estás empezando a cansarte de tanta sorpresa, a tu pesar. Y de tu falta de vocabulario.

—Quiero ser un ladrón que robe sin ser visto. Como un susurro. Como tú ¿Me entiendes?

Vaya si lo entiendes.

—¿Por qué? —atinas a preguntar en medio de tu confusión. Viste buenas ropas, con adornos de oro y madreperla. No necesita robar, se ve claramente que tiene dinero.

Y entonces sí que lo entiendes: no es por el dinero, es por la emoción. Oh, vaya si lo entiendes.

—Porque no quiero seguir los pasos de mi padre —explica, con un enfado infantil; no debe de tener más de diecisiete años—. No quiero ser un héroe, quiero encontrar mi propio camin…

—¿Qué has dicho?

—Que no quiero ser el héroe que mi padre quiere que sea. Ya sabes: hacer justicia, luchar contra monstruos, romper maldiciones… lo típico.

Lo típico, sí.

—¿Quién… quién has dicho que es tu padre?

—¿Hum? Laobhen. Laobhen el Grande.

Ya, claro.

—Laobhen era una leyenda hace sesenta años. Debe hacer tiempo que está criando malvas, chico. Será mejor que te inventes otra…

—Oh, no, no. Te aseguro que está vivito y coleando. Bebió de un cáliz sagrado de no sé qué templo perdido y ahora parece envejecer muy lentamente, ¿sabes? Si no me crees, mira esto —dice mientras rebusca en un bolsillo.

Es el momento que esperabas. Echas a correr hacia su izquierda, pero justo cuando vas a sobrepasarle lo ves. Ahogas una exclamación y te paras en seco.

En su mano descansa un anillo con una piedra preciosa que emite una luz iridiscente. Has oído hablar de él. Demonios, el sueño de tu vida era poder robarlo. El Anillo del Rey Gint, el que otorga al portador el poder de controlar dragones. Es una de las armas más peligrosas del mundo, de las más codiciadas. Y de las más caras.

Y el último poseedor conocido era Laobhen el Grande.

El chico sonríe al ver tu cara. Pero no tiene por qué significar nada; quizás el muchacho profanó su tumba, quizás se lo robó o simplemente tuvo suerte y lo encontró. Pero hay algo en él que te hace replanteártelo. Ya lo notaste antes: algo en él le hace parecer radiante. Un halo que le envuelve más allá del alcance de los sentidos, apenas tangible: el del destino, entiendes. El viaje del héroe se despliega ante él como una sombra, lo sientes en lo más profundo de tus huesos. Y, demonios, de repente sientes que ese destino acaba de liarte entre sus hilos.

Pero el chico no quiere ser un héroe. Quiere ser un ladrón. Pero uno de guante blanco. Una sombra, un susurro. Como un día lo fuiste tú.

Nunca pensaste que pudieses pasar tus conocimientos y tus habilidades a otra generación. Nunca se te ocurrió, pero, de algún modo, el tener la posibilidad de ser su mentor te acaba de quitar un peso de encima que desconocías que estaba ahí. Maldices por lo bajo, de todas formas, mientras sientes como el destino te ata, te moldea y te obliga a decir las siguientes palabras:

—¿Cuándo quieres empezar?

Pharodie


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