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Al lado equivocado
Relatos de Pharodie - 8. Ejercicio de Narrativa I. El tema era "Usar en el mismo relato una variación en el curso del tiempo y, además, una variación estructural del tiempo". (2020)
Por Frandalf Publicado en Curso Narrativa I, Fantasía, Relatos de Pharodie, Revisado en 2 de agosto de 2020 Un comentario 7 min lectura
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Para leer este relato es necesario leer «Relatos de Pharodie» desde el principio, pues los relatos están encadenados y se autoreferencian unos a otros

Mañana, cuando despiertes, todo será distinto.


Te despertará, como cada día, la caricia del sol naciente sobre tu rostro. Al principio, en esos momentos en los que la realidad y los sueños se confunden, no te darás cuenta, pero pronto descubrirás que hay algo raro en esa luz, en ese calor del sol de julio que acaba de despertarte: viene del lado equivocado de la cama.

Qué extraño, pensarás, mientras te incorporas con la mirada entumecida por el sueño. Y es que la ventana por la que entra el sol está a la izquierda de tu cama y la luz que te acaba de despertar lo hace por la derecha. Tan inusual, que, al principio, te llegarás a preguntar por qué has dormido en otra cama o por qué te has dado la vuelta del todo, poniendo la cabeza a los pies del colchón. Te llevarás la mano derecha a la cara para intentar aclarar tu visión, y es entonces cuando te darás cuenta de que algo no va bien, de que algo va, de hecho, terriblemente mal.

Te preguntarás, sorprendida, por qué al intentar mover la mano derecha ha aparecido la izquierda en su lugar.

Apartarás la mano, confundida, en un acto reflejo, y la reacción no dejará lugar a dudas: esperabas mover tu diestra, pero es la siniestra la que responde al movimiento. Levantarás la vista hacia tu habitación, hacia la ventana, queriendo desmentir lo que tu mente se empeñará en hacerte ver, pero no harás más que confirmarlo.

Estarás en tu dormitorio, ya no habrá duda. A un lado la ventana, dejando entrar la luz del amanecer, rodeada de unas cortinas de seda con hermosos motivos florales. Más allá el armario de tus caros vestidos, la puerta que da al pasillo y, al otro lado de la habitación, la cómoda, en la que te pasas las horas maquillándote. Todo estará donde debe estar… pero en el lado contrario, como si fuese un reflejo de tu propia habitación, mirada a través de un espejo.

Te asustarás, claro, cómo no hacerlo. ¿Cómo es posible que te pase algo tan absurdo, tan increíble? ¿Será una enfermedad? ¿O quizás…?

Claro.

Llevas años pensando que alguien de tu club de lectura te tiene envidia y que te echa males de ojo. ¿Qué otra cosa podría explicar la muerte de tu perrito atropellado por un carro? ¿O que tu hijo Andin se junte con tan malas compañías? ¿O que tu queridísimo y recto esposo caiga en manos de mujerzuelas? Debe ser esto: un mal de ojo, un hechizo, magia oscura, llevado a un nuevo nivel por el odio y la envidia. ¿Qué, si no? Desde que Siobhan, la adivina a la que siempre ibas, desapareciera de la noche a la mañana, te has sentido perdida, sin rumbo en tu propia vida. E, incapaz de confiar en cualquiera del resto de los, por otro lado, respetables adivinos de la ciudad, tus defensas… mágicas han bajado.

Pensarás en todo esto mientras te intentas levantar de la cama, lo cual pasará a convertirse en un esfuerzo de voluntad absurdo. Inconscientemente intentarás levantarte por la izquierda, como cada mañana, en busca de tus zapatillas, pero tu cuerpo habrá respondido hacia el otro lado, lo cual no deja de ser correcto porque es donde ahora estarán tus zapatillas. Pero no es lo que querrás y la turbación del momento te hará llorar de impotencia.

No, no. Tu cuerpo es tuyo y reaccionará como se espera como que te llamas Teanna Magger. Así que te girarás lentamente hacia el otro lado, hacia tu otra izquierda, teniendo que concentrarte en moverte de forma anormal hacia el lado esperable, por mucho que tu subconsciente parezca manejar tu cuerpo mejor de lo que lo hace tu consciencia. Y, tras un rato de pelear con tus propios instintos, conseguirás poner los pies en el frío suelo. Por un momento disfrutarás de esa pequeña victoria y sonreirás entre lágrimas, pero pronto tu extraña y dura realidad te hará estallar, de nuevo, en llanto.

¡Qué voy a hacer!, te preguntarás, mientras te pones de pie e intentas andar moviendo la pierna equivocada, lo que pronto te hará dar con los huesos en el suelo. Necesitarás ayuda para levantarte, ya que la frustración no te dejará pensar con claridad.

—¡orrocoS! —gritarás, angustiada, y de repente ahogarás un grito al oír lo que acabas de pronunciar. ¿Qué nuevos horrores pueden aguardarte en esta espantosa mañana?

Un instante después entrará en tu habitación Diti, tu más querida sirvienta, con una cara de pánico dibujada en el rostro.

—¡aroñeS! ¿neib detsu átsE? —exclamará mientras se apresura a agacharse junto a ti para ayudar a levantarte.

—¿néibmat úT? —sollozarás. —¡secid euq ol odneitne oN!

—¿néibmat oY? —responde con preocupación —…euq ol odnerpmoc oN

Una vez de pie la empujarás a un lado, aterrada, y anadearás hacia la puerta que da al pasillo. Con esfuerzo llegarás hasta la escalera, que, de repente, se dibuja ante ti como un obstáculo infranqueable, pero sabes qué tienes que hacer. La adivina de ayer pensarás. Ella me advirtió de esto. ¡Quizás aún pueda ayudarme!

Y, tras calmar los nervios tanto como puedas, darás un paso (¡con la pierna equivocada, por el Dios de Muchas Caras!) para bajar el primer escalón, tropezarás y caerás rodando el resto de los mismos. Caerás mal, eso lo sabrás un segundo después de llegar al rellano. Tu cuello se habrá torcido en un ángulo anormal, dejando a la vista tu propia espalda. Y justo, justo antes de que la muerte te lleve, llegarás a pensar. Aquel maldito remedio valía cualquier precio a pagar, debí hacerle caso a la buena de Kanake…

—¿Y se lo creyó?

—¿Qué si se lo creyó? —exclamó Kanake, con una carcajada, tras lo cual dio otro buen buche a su cerveza —. Hasta la última palabra, la muy idiota.

—No tienes corazón —respondió Athar, bebiendo de la suya entre risas. —¿Y qué le vendiste?

—Un viejo tintero que encontré en la calle hace unos días. ¿Te imaginas? Cuatro coronas por un bote vacío que cualquier rasgalíneas tiró por la ventana al terminarse la tinta. En fin, le dije que lo llenase de nuevo, que escribiese cada día su nombre en un papel, lo guardase debajo de la cama al acostarse y lo quemase al levantarse, que así ese hechizo en particular afectaría al papel y no a ella. Ya sabes, la típica historia mística.

—Debiste decir que echase dentro su propia sangre. Siempre es más melodramático. Yo lo he recomendado alguna vez.

—No te creas que no lo pensé —respondió Kanake a su compañero de profesión —, pero hubiese sido forzar la mano y la quiero de clienta habitual; es de las que vuelven a menudo. Además, no veo a esa señoritinga haciéndose un corte cada noche. No, mejor así. Debiste ver su cara… ¡ja! Me pagó las coronas con más rapidez que tus ojos volando hacia mi escote —añadió, con una mirada pícara.

Athar sonrió a su provocación mientras volvía a mirarla a los ojos.

—Por las ricachonas idiotas, que nos pagan borracheras y comilonas —dijo, levantando su jarra para brindar.

—Y por Siobhan, la idiota que las ha dejado escapar a todas.

Pharodie


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