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No mentirás 
Relatos de Pharodie - 10. Ejercicio de Narrativa I. El tema era "Personaje con forma de hablar peculiar". (2020)
Por Frandalf Publicado en Curso Narrativa I, Fantasía, Relatos de Pharodie, Revisado en 2 de agosto de 2020 0 Comentarios 7 min lectura
La ira del justo Anterior Bajomundo Siguiente

Para leer este relato es necesario leer «Relatos de Pharodie» desde el principio, pues los relatos están encadenados y se autoreferencian unos a otros

Es inocente. Lleváoslo.


—¡Ya os lo dije! —gritó el gnomo mientras dos guardias le escoltaban fuera de la habitación de interrogatorios—. ¡Me habéis retenido aun sabiendo que no era luna llena cuando los mataron! ¡Esto es especismo! ¡Gnomofobia!

El griterío del gnomo se fue perdiendo a medida que se alejaba. Olivie se frotó los ojos, cansada. Llevaban ya tres días investigando a los que aparecían en la lista de Ciudadanos con Habilidades Especiales, un nombre poco sutil para referirse a todo aquel que pudiese conllevar un riesgo para la ciudad. Pero ninguno parecía encajar con lo que buscaban; las garras que habían acabado con Tane y los hombres de Dhalo no encajaban con las de ninguno de ellos.

—Fascinante, un gnomo-lobo. ¿Quién iba a decir que también pueden ser licántropos? —dijo Ferumbras, mientras tomaba notas en un pequeño cuaderno—. Fascinante.

Olivie miró con desgana al joven semielfo que el Gremio de Sabios le había enviado como notario. De todos los presentes, era el único que parecía incansable, fascinado, como se empeñaba en repetir cada vez, con la variedad de ciudadanos con habilidades especiales que pululaban por la ciudad. No había habido ni una vez que, tras rellenar los documentos oficiales, no se hubiese puesto a escribir en su ajado cuaderno de notas.

—¿Hacemos entrar al último, teniente?

—Sí, tráelo. Acabemos con esto.

—Esa debe ser la elfa —susurró con poco disimulo uno de los novatos tras ella. Dion tenía madera para ser un buen miembro de la guardia, pero Merín…— Ya verás, es una belleza. No entiendo qué…

—Yo que tú no me encapricharía con ella —cortó Olivie, divertida al oír cómo su armadura tintineaba cuando dio un respingo—. Básicamente porque no tengo claro que sea un ella, y, desde luego no es una elfa.

—¿Entonces qué se supone que es? —preguntó Ferumbras desde detrás de su mesa, con un brillo en la mirada.

—Ya está bien de cotilleos —cortó Olivie—. Pregúntale tú lo que quieras al terminar. Si algo bueno tiene hablar con Reah es que los interrogatorios son cortos.

—¿Y eso por qué? —volvió a preguntar el semielfo, incapaz de descifrar, al parecer, la mirada de reproche de la teniente.

—Porque no puedo mentir, explico, entrando en la habitación en el momento apropiado.

Ferumbras dio un respingo al oír hablar a la elfa, que acababa de entrar en la sala de interrogatorios. Todos, menos Olivie, que volvía a frotarse los ojos para intentar mitigar el creciente dolor de cabeza, la miraron asombrados. Reah era una elfa lunar, con su particular piel de color índigo oscuro y la belleza innata propia de los de su raza. Pero sin duda donde se diferenciaba era en cómo vestía, pues llevaba puesto unos pantalones de tela lisos y grises, una camisa blanca de cuello alto y un trapo largo y azul que le colgaba del cuello hasta perderse en la chaquetilla negra. Llevaba las manos cubiertas por unos guantes de cuero fino, y sus ojos rasgados los miraban con desdén tras unas gafas pequeñas. Su pelo había sido recogido en una coleta de caballo que haría vomitar por lo vulgar a cualquiera de sus supuestos congéneres.

Pero había una cosa más que sólo Olivie sabía y que Ferumbras, boquiabierto durante unos instantes, acababa de descubrir.

—¡Es una doppelgänger! —gritó, levantándose de golpe con una lluvia de papeles.

—¿Una dopelqué? —preguntó Merín, sin separar la vista de la elfa.

—Doppelgänger —comenzó a explicar Ferumbras, andando alrededor de Reah con ojos brillantes—. Un ser que puede apropiarse de la forma, voz, recuerdos recientes y poderes, de haberlos, de otra persona con solo tocarle —recitó.

—Ferumbras…—empezó a decir Olive, molesta.

—Pero se le suponía exiliados y luego extintos tras la Guerra Doppel —continuó el semielfo, hablando atropelladamente—. Tras la guerra, cientos de hechiceros maldijeron a todos los de su raza, haciendo que hablasen de tal forma que siempre se supiese que eran doppelgängers y no una persona real. Convertidos en parias, desaparecieron… ¡hasta ahora! ¡Es fascinante!

—¡Basta! —bramó la teniente, haciéndole enmudecer. El muchacho murmuró una disculpa mientras recogía sus papeles y volvió a sentarse—. Disculpa a este mentecato, Reah. Se ve que los del Gremio de Sabios nos han mandado al más joven de sus aprendices.

—No tiene importancia, respondo sin ser del todo sincera.

—Bien, al grano. Supongo que sabes que hubo un asesinato de tres hombres en el puerto hace cinco días. ¿Sabes algo al respecto?

—Sé que ocurrió; toda la zona del puerto está conmocionada, explico con sinceridad.

—Demasiado ambiguo, ¿no crees? —respondió la teniente, con una media sonrisa—. Vamos, ya sabes cómo va esto, déjate de juegos. ¿Fuiste tú?

—No, no lo sé, respondo, de nuevo, con sinceridad.

—¿Y sabes quién fue? ¿Tiene tu compañero Chirrido alguna pista?

—No. Y Chirrido no me lo dijo, sabiendo que preguntarías, explico, contando la verdad. Por el precio adecuado, «Encontradores Chirrido&Cia» podría responder a esas y otras preguntas, afirmo con malicia.

—Típico de tu jefe. ¿No puede ayudar desinteresadamente? Podría haber más víctimas.

—De algo hay que comer, respondo burlona con media sonrisa.

—Está bien —suspiró—, vosotros ganáis. Mañana hablaré con él. Ya te puedes marchar.

Reah se levantó con solemnidad y se giró para marcharse.

—Una cosa más—añadió la teniente, levantándose y mirándola a los ojos—. ¿Fue Chirrido?

—No. Es incapaz de hacer tal cosa, verifico con convencimiento.

—Ya, eso pensaba. Adiós, Reah. Y recuerda, no toques a nadie sin su consentimiento; ya sabes que no lo tienes permitido.

—¡Espera! —gritó Ferumbras, sin resuello tras recorrer a la carrera el cuartel. La doppelgänger lo miró con el mismo desdén que había mostrado en el interrogatorio—. Espera —jadeó al llegar a su altura—. Tengo… muchas cosas que preguntarte. ¡Se os suponía extintos! ¿Cómo has sobrevivido sin que nadie notase tu existencia en el Gremio de Sabios? ¿Y por qué lo sabían los gandules de la guardia? ¿Es cierto todo lo que expliqué? ¿Toda la mitología que conocemos sobre vosotros?

—Eso son muchas preguntas, respondo con hastío.

—¡Pues responde una a una, por favor!

—¿En medio de la calle? ¿A punto de caer la noche?, afirmo, destacando lo obvio.

—Quizás podríamos quedar en algún lugar mañana.

—¿Y qué gano yo?, pregunto, con un nada disimulado interés.

—No tengo mucho dinero, pero quizás podría pedir…

Como respuesta, Reah se quitó un guante y extendió una mano hacia él. El semielfo la miró unos segundos sin entender, tras los cuales abrió mucho los ojos y se quedó lívido.

—No. Eso no.

Reah se encogió de hombros y se volvió.

—¡Espera, espera, maldita sea! ¿Cómo sé que no lo usarás para… algo malo? ¿Para perjudicarme a mi o a otros?

—Tienes mi palabra, y ya sabes que no puedo mentir, asevero con sinceridad.

Ferumbras volvió a mirar la mano tendida hacia él. Y, antes de pensárselo mejor, se la estrechó.

La mano era suave y cálida, y no notó nada raro en el contacto. Ningún chispazo, ninguna sensación extraña. Reah le soltó, se puso el guante y se giró para irse.

—Una última cosa. ¿Me estabas esperando? ¿Sabías que vendría?

Reah le sonrió, se ajustó las gafas y se marchó sin más.

Pharodie


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