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El clan Sinsombra
3º relato escrito para el curso de Narrativa Fantástica de Caja de Letras. El tema del ejercicio era "Un relato que desarrolle la premisa de un Worldbuilding". (2020)
Por Frandalf Publicado en Curso Narrativa Fantástica, Fantasía, Relatos sueltos, Revisado en 4 de agosto de 2020 0 Comentarios 6 min lectura
El Oráculo Anterior Palabras de los Antiguos Siguiente

¿Lo has oído? ¡Hiadrad está aquí! —gritó Torv desde la entrada de mi cueva— ¡El Señor de los Clanes ha subido desde Xelz’Rurth para sacarnos de este sucio agujero!

—Más despacio —le tranquilicé—. ¿Hiadrad está aquí? ¿Estás seguro?

—Por mi Sombra que sí. Ha hecho llamar al caudillo —exclamó con alegría. No es el único, pues desde más allá de la figura de mi amigo pude oír el rumor de voces, risas y pasos apresurados.

Por primera vez en años volví a tener esperanza. Si había podido atravesar Xelz’Rurth en un viaje de varios días significaba que la maldición de los Desconocidos se había roto, que había podido caminar bajo el sol y que su Sombra no le había atacado. O quizás…

—¿Dónde está ahora mismo Hiadrad?

—¿Cómo voy a saberlo, si me tienes aquí esperándote como un idiota? —rio. A duras penas se contenía para no echar a correr. Pero, a pesar de la alegría inicial, tuve un mal presentimiento.

Agarré a mi amigo por los hombros y le clavé la mirada.

—Torv. ¿Ha entrado a la gruta o ha pedido audiencia con Ircu desde la entrada?

—¿A qué…?

—¡Torv!

—Ha pedido audiencia desde… oh, no—exclamó, mudando su expresión. Aun en la oscuridad pude ver cómo palideció—. Es un SinSombra.

La gran sala de Kiaror, la gruta donde nuestro clan se pudre desde hace una década, estaba repleta de gente y de un tenso silencio, roto solo por el golpeteo constante de las muletas que usaba Ircu para andar. El caudillo perdió una pierna aquel aciago día en el que nuestras Sombras enloquecieron, obligando así a nuestro pueblo a recluirse en las oscuras cuevas de las montañas. A huir de cualquier luz que pudiese generar sombra.

Observé a Hiadrad desde la multitud. Añoraba la época en los que luchaba contra los Desconocidos bajo su mando, esgrimiendo mis armas, dando formas letales a la Sombra que el sol dibujaba tras de mí, moldeándola, imbuyéndome de ella… Era un honor luchar bajo su mando. Pero en ese momento, viéndolo en el límite de la entrada de los territorios del clan, pidiendo clemencia como manda la tradición a los deshonrados, no me daba más que asco.

—¿Qué viene a hacer entre los Zirvaym, el Pueblo de las Sombras, aquel que ya no tiene una? —exclamó Ircu, de forma ceremonial.

—Traigo noticias funestas.

—Han de serlo si te presentas así antes el que otrora fue tu pueblo —respondió el caudillo, tajante. Sus palabras no habían sido aleatorias: le dejaron bien claro que ya no le consideraba nuestro señor—. Pero no importa cuáles son, no eres bienveni…

—No vengo a pedir asilo —cortó, sin más. Había un brillo en su mirada que reconocí, una fuerza en sus palabras que obligaban a escuchar, a obedecer. Noté cómo brotaba en mí el antiguo respeto, cómo este luchaba enconadamente contra el desprecio que las antiguas costumbres nos han inculcado. Apreté los puños. De alguna forma sabía que, para bien o para mal, todo estaba a punto de cambiar—. Vengo a pedir un sacrificio. Vengo a crear una Hoja de Sombras.

Tras un instante de estupor el clan estalló en un clamor atronador.

—¡Eso es solo una leyenda! —exclamó Ircu una vez bajado el tono del gentío—. ¿Es que has perdido la razón? ¡Desconozco quién te ha extirpado la Sombra, pero no puedo menos que agradecérselo!

—Yo mismo lo hice.

El silencio que siguió a sus palabras fue tan ensordecedor como el griterío anterior.

—No he encontrado otra salida. Los ejércitos de los Desconocidos avanzan hacia el valle de Xelz’Rurth. Esgrimen el poder de sus falsos dioses, con el que enloquecieron a nuestras Sombras. Pronto llegarán al valle, y bien sabemos que no somos rivales para ellos. Sé que la Hoja de las Sombras es una antigua leyenda, que implica hacer caer en la deshonra a aquellos que ofrecen su Sombra para crearla. Pero también sé que una de estas Hojas puede cortarlo todo. ¡Todo! Carne, piedra, o acero. ¡A los dioses, hasta a la misma luz! Es nuestra última defensa contra el exterminio.

—Lo que pides es una locura —le respondí, para mi propia sorpresa—. Nuestra Sombra es lo que somos. Nos pides abandonar a los nuestros, dar de lado nuestras costumbres y tradiciones, exiliarnos y ser unos parias a cambio de qué, ¿de algo que no sabemos si funcionará, siquiera?

—Te aseguro que funciona. Cuando decidí intentarlo no me vi con la potestad de pedir a nadie que se sacrificara para demostrarlo, no sin saber si serviría de algo. Así que me la extirpé a mí mismo. La corté y encerré su esencia. La forjé —dijo con vehemencia, con la voz desgarrada por un dolor que, sin duda, atenazaba su corazón—. Y este es el resultado.

Sacó una daga de su cinturón. Aún en medio de la oscuridad de la cueva, la daga parecía un agujero en el tejido del mundo, un negro tan absoluto que rivalizaba con las sombras que nos rodeaban.

—Con esta hoja se puede herir a sus falsos dioses. Pero es insuficiente. Necesitamos algo con más poder para matarlos. Y es por eso que recorro, avergonzado y suplicante, las oscuras cuevas donde moran nuestros clanes, en busca de aquellos que quieran ofrecer su Sombra para forjar una espada, una Hoja de Sombras. Doce guerreros han decidido deshonrarse para poder hacerlo, pero me falta uno. Juntos, les haremos probar la espada. Y, así, los orgullosos Zirvaim podrán volver a caminar sin miedo a la luz del sol. Así que, os lo suplico, por el bien de todos los nuestros. ¿Alguien está dispuesto a sacrificar su honor?

Hay pequeños detalles en la vida en los que uno no repara hasta que los pierde. El verde brillante de la hierba bajo el sol del amanecer. El calor que recorre tus miembros al pasear bajo la luz del sol. El arrojar sombra al hacerlo… El pensamiento me hace sonreír con tristeza. En otro momento la deshonra me habría hecho enloquecer, incluso me habría hecho plantearme quitarme la vida. Pero, en el momento que me ofrecí voluntario, fui consciente de que las tradiciones que nos guían eran solo un lastre para nuestra supervivencia.

Siento la espada vibrar desde la espalda de mi señor, ansiosa. Ocultos entre las rocas bajo el sol del atardecer, vigilamos las huestes de los Desconocidos, esperando a la noche, a las sombras que siempre nos han dado poder y cobijo. El clan de los SinSombra pronto verá cumplido su cometido. Y, así, nos convertiremos en leyenda.

Narrativa Fantástica


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