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Delicioso
Primer relato escrito para el curso de Narrativa Fantástica de Caja de Letras. El tema del ejercicio era "tema libre". (2020)
Por Frandalf Publicado en Curso Narrativa Fantástica, Fantasía, Fantasía Urbana, Relatos sueltos, Revisado en 4 de agosto de 2020 0 Comentarios 7 min lectura
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La criatura le había dado tres días, pero decidirse solo le había llevado uno. En un principio lo había descartado completamente, pero Castro, ese jefecillo de tres al cuarto, con el menosprecio, soberbia y altanería que tan solo un mando intermedio puede tener, le había obligado a hacerlo a base de menoscabar su autoestima de nuevo.

—Lo está pidiendo a gritos, el hijo de la gran puta.

Rubén rumiaba su furia mientras subía las escaleras camino a la azotea del edificio, donde muchos de sus compañeros teleoperadores salían a fumar a escondidas. Más de una vez había soñado con poner a ese cretino en su sitio, a base de palabras o a base de golpes, pero tenía todas las de perder.

Hasta ahora, claro.

Todo había comenzado la tarde anterior, tras otra agotadora jornada de atender llamadas de clientes enfadados. Castro le había echado una bronca desproporcionada, en público, por un pequeño fallo. Así que se había sentado, solo, en una terraza de un bar cercano para beberse unas cervezas. No quería arrastrar el enfado a casa; se negaba a permitir que ese cretino le amargase otra tarde. En días como aquel se tomaba un par de cañas para poder tragarse los enfados. Y el orgullo, pensaba a veces, pero intentaba no darle vueltas o tendría que volver borracho a casa. Otra vez.

Fue entonces cuando se le acercó la criatura.

Si tuviese que describirlo, habría dicho que era un hombre gris, pues así era su traje, su sombrero e incluso su rostro. Se sentó con él y, sin esperar invitación, comenzó a narrarle cosas imposibles.

En un principio rechazó con firmeza las palabras de aquel loco, pero poco a poco logró ganarse su interés. Había escuchado hablar de los vampiros emocionales, pero no esperaba que existiesen como tales. Le habló de venganza, de liberar sus instintos más primarios sin que hubiese repercusión por hacerlo, sólo el disfrute de haberlos liberado. Incluso le mostró cómo. A cambio, solo pedía estar presente y disfrutar del festín de emociones desatadas.

Quizás se había terminado por volver loco y estaba imaginando todo aquello. O, quizás, el destino le ponía por delante una oportunidad de cumplir con sus sueños más oscuros. Sea como sea, le prometió pensárselo.

Así que el tipo le dio una tarjeta con un número de teléfono. También una advertencia: si no le llamaba en setenta y dos horas, ese encuentro nunca habría sucedido y, simplemente, Rubén lo olvidaría.

Llegó a la azotea y se alejó de los pequeños corrillos de fumadores. Setenta y dos horas de plazo y Castro no había tardado ni quince en volver a tocarle las narices. Sacó la tarjeta y marcó los números. No había dado tono cuando la criatura pareció materializarse tras él. Dio un respingo y miró en derredor, esperando ver la expresión de sorpresa de sus compañeros.

—Tranquilo, no pueden verme. ¿Te has decidido ya?

—Sí. Ya es hora de decirle un par de cosas a ese cabrón.

El vampiro sonrió, enseñando los dientes. Esperaba los clásicos colmillos, pero en su lugar encontró unos dientes puntiagudos y afilados, traslúcidos como el cristal. Aterradores. Su voluntad flaqueó un instante, pero la mirada negra de la criatura le insufló unos ánimos que no estaba seguro de que fuesen suyos del todo.

—Te sigo.

Entró sin anunciarse en el despacho de Castro, ganándose una mirada de desprecio.

—¿No sabes llamar? ¿Aparte de no tener seso en ese cabezón tampoco tienes educación o qué? —le espetó sin reparos.

Rubén cerró tras ellos y atrancó la puerta con una silla.

—¿Qué coño…? —Castro no pudo terminar la frase. Rubén le lanzó un puñetazo que le hizo caer de espaldas, sangrando por la nariz.

La visión de la sangre inflamó la rabia que Rubén había contenido durante años. No era intocable, ya no. Se lanzó sobre su jefe y le golpeó tan fuerte como pudo, intentando provocarle todo el daño posible. Cuando los nudillos empezaron a dolerle, cogió un pesado pisapapeles y prosiguió con él.

—¿Quién es ahora el inútil, hijo de puta? —gritaba al golpear—. Ya no eres tan bocazas, ¿eh? Ya no tienes comentarios hirientes, ¿verdad, cabrón?

Se detuvo justo cuando sus compañeros consiguieron echar la puerta abajo. La cabeza de Castro era una pulpa sanguinolenta. Un ojo desprendido le miraba acusadoramente desde debajo de una silla.

Miró al vampiro mientras se lanzaban sobre él para inmovilizarlo. La criatura le observaba con una mueca de felicidad, enseñando su horrible y afilada dentadura de cristal.

—Delicioso —le pareció escuchar.

—Hazlo —le susurró, temeroso de que no cumpliese su parte del trato. Pero el vampiro levantó una mano con lentitud y cerró sus largos y escuálidos dedos en un puño, sin dejar de sonreír, sin dejar de taladrarle con unos ojos espantosamente negros.

Y, de repente, volvían a estar en la azotea, rodeados por los mismos fumadores furtivos que había cuando subió.

Rubén sonrió, exultante. Habían vuelto atrás, tal y como el vampiro le explicó que ocurriría. No había sangre ni heridas en sus manos. Nada había pasado. Castro seguía en su despacho siendo tan cretino como siempre. Tenía ganas de reír, de bailar. Se volvió hacia su benefactor para darle las gracias y se encontró que la sonrisa seguía allí. Afilada, voraz.

Los ojos negros de la criatura se clavaron en los suyos y sintió cómo algo hurgaba en su mente. El regocijo de la venganza se esfumó y dio paso a un remordimiento lacerante. ¿Qué había hecho? La imagen de la cabeza destrozada inundó su mente. ¡No ha ocurrido de verdad! se decía. ¡Ese bastardo sigue ahí, no le ha pasado nada!

Pero entonces, ¿por qué se sentía tan mal? ¿Por qué le costaba respirar? ¿De dónde salía el miedo y la pena que le estaba paralizando?

Fue entonces cuando sintió los dientes. Unos dientes afilados y puntiagudos, cristalinos, que devoraban cada fibra de su alma. Abrió los ojos, esperando encontrar la monstruosa boca del vampiro sobre su carne, pero este seguía frente a él, sosteniéndole la mirada con la oscuridad profunda de la suya, esbozando una sonrisa siniestra que mostraba todos sus dientes. Parecían masticar lentamente.

Retrocedió hasta llegar a la barandilla. Tenía que alejarse de él, de aquel dolor que le atravesaba, de aquellos dientes que devoraban su alma mordisco a mordisco. No podía pensar, ni respirar. Sólo encontró una salida posible.

Atinó a mirar hacia arriba mientras caía al vacío. El vampiro le sonreía desde la cornisa. Aún en la distancia, podía ver brillar sus afilados dientes.

Le pareció escuchar su voz en su cabeza, justo antes del final.

—Delicioso.


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