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El Mensaje
Relato escrito para el curso de Narrativa II de Caja de Letras.  (2021)
Por Frandalf Publicado en Curso Narrativa Fantástica, Curso Narrativa II, Fantasía, Relatos sueltos, Revisado en 15 de mayo de 2021 0 Comentarios 7 min lectura
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Tenías razón, Ghalir. Es el mejor vino que he probado —tuvo que admitir Joel tras dar un sorbo del pellejo. Era un vino delicado y aromático, afrutado. Muy diferente del que se solía tomar en Rhovan.

—Ya te lo dije. Es típico de nuestra tierra. Este lo especiaron mi mujer y mis hijas. —Posó la mirada en la hoguera que iluminaba aquel pequeño claro del bosque. Su sonrisa perdió jovialidad para convertirse en una cálida, pero triste—. Para que las tuviese presente en las noches frías, ya sabes. Aanisa tiene buena mano para las especias, pero esta vez se le ha ido un poco la mano, si te digo la verdad. Tener a esos tres pequeños demonios tirando de la falda y llamando la atención es lo que tiene —concluyó, con una carcajada. Joel sonrió, a su pesar. Ghalir era una de esas personas cuya risa era contagiosa. No solo lo hacía con los labios, sino también con sus ojos, que se convertían en dos pequeñas franjas brillantes al reír.

—Aun así, es el mejor caldo que he bebido.

—¿Y tú? ¿Tienes familia en Rhovan?

—No, aún no.

—Pero habrá una chica, ¿no?

—La hay. Se llama Ilena. Es panadera. Sé que es un trabajo humilde, pero…

—No tienes por qué disculparla —le cortó Ghalir—. No hay trabajo humilde que no dignifique; todos somos útiles, a nuestra manera. Ya lo dice el Dios de las Mil Caras: todos iguales, todos necesarios.

—¿No es esa la letanía que repiten esos hombres-pájaro, acaso?

—Así es. La sabiduría de los khonaym es algo de lo que tu pueblo debería aprender. He visto cómo tratan los que tienen poder a los que no lo tienen en absoluto, y no es agradable. Tu gente es muy dada a eso.

Joel se calló una réplica. Que un sahar hablase mal de los suyos era una ofensa que difícilmente dejaría pasar en otra ocasión. Miró furtivamente hacia el árbol donde colgaba su espada, demasiado en alto para cogerla sin trepar. Tendría que dejarlo pasar.

—Pero los khonaym no adoran a Maht…

—¡No digas su nombre! —gritó Ghalir con fuego en la mirada, llevando por instinto la mano a la espada. Luego pareció recordar el juramento que hizo antes de sentarse a cenar y se serenó antes de continuar—. Los sahar no pronunciamos el nombre del Dios de las Mil Caras en vano. Ni permitimos que lo hagan los infieles.

—No quería ofenderte —respondió Joel a regañadientes; tenía las de perder si llegaban a las manos, desarmado como estaba—. Es solo que… No entiendo por qué aceptáis bajo su nombre las creencias de otras culturas, de otras religiones. Todas las demás, incluidas la nuestra, niegan de la existencia del resto.

—¿Por qué crees que se hace llama el Dios de las Mil Caras? Vuestras religiones no son más que un eco de la nuestra. Vuestros dioses no son más que una de sus caras. Todos somos hermanos bajo su mirada, aunque no estéis de acuerdo.

Joel no lograba entender la simpleza de su razonamiento. Pero si algo tenía claro sobre los sahar era su fuerte compromiso con sus creencias. Si juraban algo en nombre de Mahtalak, morirían antes de romper ese juramento. Y de eso se había valido Joel para sobrevivir hasta ahora. Desde luego, cuando esa misma mañana había recibido orden del general Reinhardt de llevar un mensaje desde el frente hasta el castillo de Nathraim, no esperaba acabar el día compartiendo vino, cena y fuego con uno de los enemigos a los que combatía.

Ghalir le había dado alcance mientras bordeaba el bosque que hacía de frontera entre Rhovan y Sahar-Dalar, y lo había perseguido durante horas. Al caer la noche, Joel se había visto obligado a dejar a su caballo tras un tropiezo en la oscuridad, y había emprendido una desesperada huida a pie a través del bosque.

Habían tropezado infinidad de veces con raíces y rocas en la oscuridad del bosque; se habían lacerado la cara con ramas bajas y se habían arañado las manos contra las duras cortezas de los árboles. Finalmente habían cruzado las espadas, fatigados y doloridos, en el claro donde ahora se encontraban, donde la luz de las lunas dejaba entrever vagamente sus formas recortadas contra la oscuridad.

Fue entonces cuando Ghalir le propuso una tregua hasta el amanecer, argumentando que, de seguir huyendo hacia la nada, podrían tropezarse y morir en cualquier momento, y que esa era una muerte no solo poco honorable, sino que también absurda. Joel no pudo menos que estar de acuerdo. Así que Ghalir le había jurado por el nombre de Mahtalak no hacerle daño alguno hasta el amanecer, a condición de que él colgase su espada de un árbol alto, pues no había juramento entre los rhovanianos que asegurase que lo cumplirían. Joel lo aceptó.

Y allí estaban, pues. Dos enemigos acérrimos compartiendo el vino, la comida y la mutua compañía. La conversación dejó el peliagudo tema de la religión para volcarse en temas mundanos, en historias de taberna, en aventuras y chiquilladas. Y, así, les alcanzó el sueño.

Ambos hombres despertaron al amanecer y casi al mismo tiempo, con esa habilidad que tienen los que viven del campo o del acero. Desayunaron frugalmente y en silencio, tras lo cual Ghalir retrocedió un tanto mientras Joel trepaba el árbol donde estaba colgada su espada para recuperarla.

—Sabe el Dios de las Mil Caras que no quiero darte muerte —dijo Ghalir con solemnidad una vez Joel estuvo frente a él, espada en mano, dispuesto a terminar con lo que empezaron el día anterior—. Dame el mensaje y vete. Prometo dejarte ir sin daño alguno.

—No puedo hacer eso, Ghalir. Date media vuelta y vuelve con los tuyos, con tu mujer y tus hijas. Tengo un trabajo que hacer.

Ghalir negó con la cabeza, consternado.

—Podríamos haber sido amigos, en otras circunstancias.

—Yo también lo creo. Pero así son las cosas.

El combate fue corto pero intenso. Al terminar, Joel sangraba por varios cortes, pero apenas reparaba en ellos. El cuerpo sin vida de Ghalir descansaba en el claro, borrada de su faz su perenne sonrisa. Joel maldijo. Había conectado con aquel hombre de una forma que no sentía desde hacía mucho. Le dolía haber matado al sahar, lo cual le llenaba de confusión, enemigos como eran. Y todo por… todo por…

Joel sacó el pergamino de su jubón. Rompió el sello y se dispuso a leer el contenido. Quería saber por qué había tenido que matar a quien podría haber sido un buen amigo.

El mensaje estaba en blanco. Joel estaba tan consternado que tardó un tiempo en comprender lo ocurrido.

—Un señuelo. Era un señuelo. Si tan solo… —susurró, al borde de las lágrimas.

Si tan solo le hubiese dado el mensaje, ambos se habrían marchado de allí vivos. Pero en cambio había matado a un buen hombre. O podría haber muerto él en su lugar. Y todo, ¿por qué? ¿Por un mensaje en blanco? ¿Por un truco de trilero?

Joel rio entre lágrimas. Era tan absurdo… tan injusto. Que el Dios de las Mil Caras le ayudase, porque, en su nombre, juró vengar a su amigo.

Narrativa Fantástica


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