menu Menú
El Oráculo
4º relato escrito para el curso de Narrativa Fantástica de Caja de Letras. El tema del ejercicio era "Un relato en el que se muestre una sociedad que no tenga rasgos culturales europeos ni sea tenga una estructura estamental". (2020)
Por Frandalf Publicado en Curso Narrativa Fantástica, Fantasía en 4 de agosto de 2020 0 Comentarios 7 min lectura
La Torre del Mago Verde Anterior El clan Sinsombra Siguiente

Khô llevaba esperando el momento de su Nombramiento casi desde que salió del cascarón, tres largos años atrás. Había conseguido invocar sus alas tan solo dos días después del último, lo cual le había dado ventaja sobre todos los niños de su nidada, pues ninguno lo había conseguido todavía. Los primeros días había sobrevolado sin cesar los nidos de sus amigos, chinchándoles desde las alturas, pero, uno a uno, estos fueron invocando sus alas y se unieron a él en las caprichosas corrientes que soplaban alrededor del Pico de la Luna.

Entre juegos y piruetas, Khô y sus amigos solían fantasear con el clan al que el Oráculo les asignaría en el siguiente Nombramiento. Él, por ejemplo, quería ser un guerrero, como su padre. Los adultos no hacían más que repetirle la cantinela de “todos iguales, todos necesarios”, pero Khô tenía la certeza de que el Oráculo le nombraría Khôku, del clan guerrero, y no había nada mejor que eso. O quizás Khôryil, de los cazadores.

El año hasta el siguiente Nombramiento pasó rápido. El día señalado, Khô voló con su familia y con las de sus hermanos de nidada hacia el Pico de las Estrellas y, una vez allí, montaña arriba hasta el Balcón del Oráculo. Era este una enorme explanada labrada en la ladera de la montaña, donde esperaban las familias de otros polluelos que iban a recibir su nombre de clan, venidos desde el propio Pico de las Estrellas y desde Pico del Sol, todos vistiendo sus mejores galas y joyas. Y también el Oráculo y su Arúspice, aunque, en ese momento, era el primero el que atraía las aterradas miradas de todos los polluelos.

El Oráculo se encontraba en la pared desnuda y lisa de la montaña. Más de una veintena de ojos de distintos tamaños incrustados en la pared, algunos abiertos, algunos cerrados, tan pequeños como los suyos o tan grandes como ellos mismos, parecían mirar a ninguna parte en particular, moviéndose lentamente en su lecho de roca.

Cuando estuvieron todos, les hicieron formar una fila. Uno a uno, los polluelos avanzaron hacia un ojo en particular, tan grande como sus cabezas y a la altura de las mismas, que les observaba con un iris marrón. Al lado les esperaba el Arúspice, un anciano de plumaje níveo. Este traducía las visiones del Oráculo y nombraba el clan del polluelo, que era recibido con regocijo entre los suyos.

La cola avanzaba desesperadamente lenta para Khô, que no podía dejar de encogerse cuando alguno de los otros ojos parecía mirarle.

El Arúspice le sonrió cuando llegó su turno. «No tengas miedo» parecían decir sus ojos, pero lo cierto era que estaba aterrado.

—¿Cómo se llama el khonaym que viene a por su nombre? —preguntó siguiendo el ritual.

—Khô, del Pico de la Luna —consiguió graznar con esfuerzo.

—Mira pues, Khô, al Ojo de los Nombres.

Clavó su mirada en el enorme globo ocular que tenía enfrente. El ojo del Oráculo se centró sobre él y su pupila se contrajo mientras le observaba. El chico sintió que algo hurgaba en su mente, en su alma, pero la sensación cesó tan rápido como vino.

El Arúspice soltó un leve graznido de sorpresa, apenas audible.

—El Oráculo ha hablado —dijo, pasado unos instantes—. A partir de hoy serás conocido como Khôrion, el Arúspice.

Al principio había rogado a su familia, al Arúspice e incluso al Oráculo que le perdonasen ese castigo, que sería bueno, que no merecía tal destino. Pero no había nada que hacer.

Aquella misma noche, el anciano se presentó como Helkarion. Vivía solo en un acogedor nido un centenar de metros por debajo del Balcón del Oráculo. Le enseñó dónde podía dormir y las reglas básicas de comportamiento que esperaba de él. Fue suave en sus palabras y formas esos primeros días. Pero, a medida que Khôrion se hacía a la idea, Helkarion comenzó a enseñarle todo lo necesario para desempeñar su trabajo como Arúspice.

Pero la pena seguía consumiéndolo. Durante el primer año, la visita de sus amigos fue espaciándose más y más y se sentía solo.

—Sé que no era esto lo que anhelabas —le dijo Helkarion esa noche—. Yo también deseaba ser un guerrero. Helkaku me sonaba poderoso, un nombre al que temer. También me decepcionó cuando me nombraron Arúspice. Pero piensa que serás el más importante de entre todos los khonaym. Serás la voluntad del Oráculo, Su Voz, y dirigirás bajo sus visiones el porvenir de nuestro pueblo. ¿Hay, acaso, algo más grande?

Khôrion se encogió de hombros como respuesta, mirándose las manos con tristeza.

—Vamos, anímate. No es tan malo. No te imaginas las delicias que podrás comer, pues las ofrendas al Arúspice siempre son generosas. Las riquezas, las mujeres… Con el tiempo lo apreciarás, créeme.

—Puede ser. Pero hoy no —respondió, hosco. Dejó que sus manos desaparecieran e invocó sus alas en su lugar, lanzándose a la oscuridad de la noche.

Un año y aún se sentía como el primer día. Dejó el nido del Arúspice atrás y se dejó arrastrar por las corrientes nocturnas. El cielo estaba despejado, alumbrado por la luna llena y el manto de estrellas que la acompañaba. Voló sin rumbo, dejándose llevar. Estuvo a punto de maldecir cuando las corrientes lo llevaron hasta el Balcón del Oráculo.

Aterrizó y se plantó frente a los ojos. La mayoría estaban cerrados. Muchos de ellos aún no los había visto abiertos, como el Ojo de la Muerte o el más enorme de ellos, el de las Profecías, casi tan grande como él mismo. Y esperaba, en lo más profundo, que no llegase a verlos jamás. Seguía pensando que todo había sido un error, que él estaba destinado a grandes cosas, lejos de las Montañas del Alba, del Pico de las Estrellas, del Oráculo. Maldijo a los ojos, uno por uno, y se giró para marcharse.

«Khôrion» susurró una voz en su cabeza. Se volvió, despacio. Lo que vio le hizo trastabillar.

Todos los ojos estaban abiertos y le miraban sin parpadear. Incluso el de la Profecía. Fue este el que le atrapó. Su mirada le envolvió, y pronto sólo pudo mirarle a él. Tenía un iris negro sobre una pupila blanca. Se hundió en esa oscuridad, arrastrado por una fuerza irresistible. Y, de repente, su mente fue invadida por visiones del pasado, del presente, del futuro. Todos los hechos habidos y por haber ocuparon cada rincón de su mente, y durante un efímero momento Khôrion lo supo todo.

Gritó, presa de una agonía atroz, con la cabeza a punto de estallar. Poco a poco, cada recuerdo, cada vaticinio, cada profecía, fue desapareciendo de su mente, que no llegó a aprehender nada. Cada uno de ellos fue ocupando un lugar tras un velo que casi podía sentir, que casi podía sobrepasar. Al volver en sí levantó la vista solo para encontrarse que todos los ojos habían estallado, bañando el Balcón y a él mismo de una sustancia negra, viscosa. Solo el Ojo de las Profecías resistía, fija su mirada en él.

«Los Desconocidos han llegado, Khôrion, el último de los Arúspices» dijo en su cabeza. «Huid»

El muchacho no perdió más el tiempo y abandonó el Balcón justo cuando el ojo estallaba.

Narrativa Fantástica


Anterior Siguiente

Deja una respuesta

keyboard_arrow_up