Gweid observó el cartel, indeciso. ¿Cómo saber si el mago estaba o no en su torre? Era absurdo. Miró en derredor, buscando alguien a quien preguntar, pero los enanos que pasaban por allí parecían esforzarse en no devolverle la mirada. ¿A quién se le ocurría edificar una Torre de Mago en el Barrio Enano de Pharodie, la raza más antimágica del mundo? Verde, además, haciéndola resaltar contra el gris colindante.
«No tengo tiempo para juegos de palabras».
Se encaminó hacia la puerta. Entraría si podía y buscaría al mago. Y, si no le parecía bien, que le echase. Total, no sería el primero que lo hacía.
La puerta no estaba cerrada, así que entró. El interior era el esperado: una habitación llena de estantes y mesas repletas de libros y artilugios extraños, todo en un encantador desorden. Con cuidado, se dirigió hacia la escalera que nacía al fondo.
Tras una ardua subida llegó a la cúspide de la torre. La puerta de la habitación estaba entreabierta y de ella le llegaba una queda melodía. Entró sin más. La sala no distaba mucho de las que había ido dejando atrás, salvo por el ajado sofá al fondo. Repantingada sobre él, una chica volcaba su atención en una extraña tablilla negra. El artilugio emitía una luz que resaltaba sus facciones, un tanto vulgares, bajo un pelo corto y negro. También producía la melodía que había escuchado al llegar.
—Disculpa. ¿Eres Nagflad? –preguntó Gweid tras un par de minutos sin que la chica hubiese hecho ningún gesto que demostrase que hubiese notado su presencia.
La muchacha bufó. Soltó la tablilla, que quedó en silencio, y le miró con hastío.
—¿Sigues ahí? No, no soy Nagflad —dijo antes de que Gweid pudiese hablar—. El viejo idiota atravesó una de las Puertas a Otros Mundos del sótano y no volvió.
—Entonces eres…
—Aluf. Maga residente de esta torre —respondió mientras se levantaba y se sentaba ante una mesa milagrosamente despejada de libros.
—Pensé que…
—Ya te he dicho que se fue. Se cansó de Pharodie y se fue a explorar otros mundos. La torre estaba vacante y me la quedé. Me da pereza cambiar el cartel.
Hizo un gesto descuidado hacia la silla libre. Chasqueó los dedos mientras Gweid se sentaba y apareció una cerveza frente a ella, la cual sorbió sin perder su cara de desgana. No hizo ademán de ofrecerle.
—Siempre creí que…
—Siempre creíste que los magos eran unos ancianos de larga barba blanca y sombrero de pico, ¿verdad? ¿Con estrellas y símbolos arcanos cosidos a su túnica, quizás? Pues no vas desencaminado —añadió, tras otro sorbo—. De hecho, se nos exige que mantengamos esa apariencia, pues es lo que la gente espera encontrar cuando trata con nosotros. Una gilipollez, si me preguntas. Te sorprendería saber qué se esconde bajo esos venerables ancianos que vosotros veis. Incluso algún orangután…
—No entiendo…
—Ni falta. Cosas del marketing; no te fustigues, es un tema arcano de alto nivel. Mira, no voy a mantener una ilusión de viejo barbudo para darte el gusto, porque la barba es de pelo real y pica lo suyo. Pero para que quites esa cara de bobo me pondré el sombrero, ¿vale? —dijo, mientras un viejo sombrero picudo de ala ancha, del mismo color verde de la torre y de su vestido, aparecía en su cabeza —. ¿Mejor?
—Parece que te disguste ser maga.
—¡Porque lo hace! —exclamó Aluf—. Pero no tenía muchas opciones, créeme.
—¿A qué te refieres?
—Cuando uno nace con magia en Pharodie enseguida te meten en una de las escuelas de magia, brujería, o hechicería —comenzó a explicar. Gweid notó que se animaba hablando del tema; realmente parecía escocerle—. Ser bruja implica vivir pegada a una marmita, a una escoba entre las piernas y tener verrugas en la cara. Ser hechicera el mantener siempre el papel de femme fatal, y ser un mago errante significa vivir aventuras con medianos y darse unas caminatas de infarto.
—¿Y un mago en la torre?
—Significa sentarse a vaguear mientras no venga algún pesado a llamar a tu puerta. Por eso elegí esta torre, porque ningún enano que se precie vendría. Además, las puertas a Otros Mundos me dan acceso a artilugios muy interesantes —dijo señalando la tablilla, que seguía emitiendo luz desde el sofá—. Pero de vez en cuando vienen héroes como tú para pedirme favores… ¡o para rescatarme! ¡No por ser una chica y estar en una torre soy una princesa que necesita ser rescatada, joder! ¿Es que sois…? ¿Eh, qué te pasa?
—No soy un héroe —susurró Gweid, con un enfado infantil que no era capaz de reprimir.
—Ya, claro. Solo hay que ver el halo que te envuelve. Apestas a héroe a kilómetros.
—Soy un ladrón. De hecho, en mi último robo me llevé esto —dijo poniendo un tintero sobre la mesa. Aluf lo miró y arqueó una ceja, divertida.
—Tardarás en hacerte rico, ¿eh?
—Era una prueba. Solo quería demostrar a mi maestro que podía hacerlo. Me llevé lo más irrelevante que encontré.
—Ah, pero no lo era, ¿verdad? —respondió la maga con una sonrisa traviesa. Era más lista de lo que parecía—. No, tiene algo especial, algo que solo un héroe puede manejar, ¿no es cierto? No fue casualidad, fue el destino. ¿Eh, ladrón-no-héroe?
Gweid ardía de rabia. Pero asintió. Le explicó todo sobre el dichoso tintero: que había sido usado durante años para pactar con demonios y que, hacía poco, uno muy poderoso había llegado a Pharodie por culpa de un mal uso. Que la ciudad corría peligro. Que nadie parecía querer hacer nada.
—¿Me ayudarás?
Aluf lo miró fijamente unos instantes.
—Paso.
—¡Pero la ciudad…!
—Puede irse a paseo. Tengo puertas a otros mundos en el sótano, ¿recuerdas? Si la cosa se pone fea me iré.
—¡Pero…!
—Me caes bien, de verdad —dijo con sinceridad—. Quieres ser un héroe tanto como yo ser maga. Ahí coincidimos. Por eso te voy a echar un cable. —Se levantó, cogió la tablilla y se volvía a tumbar en el sofá—. En la Biblioteca de Ziramat hay un libro llamado “Cómo hacer enemigos e influir en los demonios”. Estoy segurísima de que te será útil. Ahora, largo. Hyrule no se va a salvar solo —dijo mientras clavaba la mirada en la tablilla y la música volvía a sonar.
—¡Pero…!
Chasqueó los dedos y Gweid se encontró, de nuevo, al pie de la torre. Furioso, corrió buscando la puerta, pero tras recorrer todo el perímetro no la encontró. Maldijo por su mala suerte.
En fin, al menos tenía un hilo del que tirar. Se dio media vuelta y se marchó ante la reprobadora mirada de los enanos.
Hermano verde para siempre.
Me gusta que cambie la idea que se tiene sobre un hechicero o mago, personas sabias y capaces que en este relato está hastiado y solo quiere que lo dejen en paz.